(a Chillida, en su muerte)
Peinando el aire con tus hierros
enunciaste espacios infinitos,
ikastolas de lenguas imposibles,
versolaris estáticos del agua.
Te has ido con la palabra y la paz
encerrado en cubos sin aristas,
abierto a la muerte y a los odios
de tu pueblo dolorido y desangrado.
Te has ido con Celaya y con Otero
a seguir descubriendo puertas
por donde hacer pasar los vientos euskaldunes
sin pistolas y sin sangres:
con ese lenguaje de manos y de piedras,
-de hierros abocados al Cantábrico-
que peinan espumas rezumadas
más allá del ínfimo secuestro
de vidas y de ideas.
Peinando aires,
abriendo muros,
soltando amarras,
rompiendo miedos,
Eduardo.
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